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[Reseña] Pollitos en Fuga - El Origen de los Nuggets: Ningún pollo es una isla

Una digna sucesora que, a 23 años de la original, lleva la animación stop-motion a nuevos horizontes.

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"Vivir en un lugar aislado no significa que nosotros estemos aislados del mundo. Ningún pollo es una isla". Ese diálogo en un momento climático de Pollitos en fuga: el origen de los nuggets (Chicken Run: Dawn of the Nugget) refleja de forma perfecta el gran fondo de esta historia, en la que no podemos hacer oídos sordos a lo que pasa a nuestro alrededor, por muy seguro que estemos en nuestro pequeño mundo. Nadie es una isla.

A 23 años del estreno en cines de su primera película, Aardman nos demostró que aún había una aventura más que entregar para las gallinas que lideraron el gran escape desde el gallinero británico de los años 40, logrando escapar de una muerte segura para terminar viviendo en su propio paraíso.

Hoy, ambientándose todo a inicios de los 60, Ginger (voz de Thandiwe Newton) y Rocky (voz de Zachary Levi, quizás lo más débil de esta película) son padres de una rebelde adolescente llamada Molly (Bella Ramsey, gran rango). Quien fuera la adelantada líder del gallinero británico, ha dejado atrás su lado rebelde y se preocupa de mantener la paz en su isla paradisiaca.

La calma, por supuesto, no dura para siempre. Al otro lado del charco, una amenaza surge en la forma de una granja industrial que parece una fortaleza, Happy Land, despertando la curiosidad de Molly y su eventual captura, lo que llevará a su madre a abrazar nuevamente su espíritu aventurero.

No solo estamos ante una digna sucesora del clásico del 2000, sino que también queda demostrado que el estudio británico puede llevar la animación stop-motion a nuevos horizontes, sin perder jamás la identidad.

Con una mayor escala gracias a un aumento del presupuesto, los creadores de Wallace y Gromit y Shaun the Sheep fascinan desde la primera secuencia -la cual tardó seis meses en realizarse-, donde todo, absolutamente todo se mueve. Un trabajo bellísimo, de relojería, que ya justifica el volver a reencontrarnos con estas gallinas que nos sorprendieron hace más de dos décadas solo por pestañear.

El nivel de detalle es impresionante y ayuda mucho el que esta segunda parte llegue a Netflix, permitiendo pausar algunas escenas para ver el elaborado desarrollo de cada momento. Hasta la hoja más pequeña se mueve. Da gusto ver el ingenio del equipo para que funciones ideas como hacer pasar algodón por nubes -para moverse a plena vista- o el uso de la luz para hacer palomitas.

Hacer crecer la escala va de la mano con el relato a contar, teniendo tres escenarios principales: la isla paraíso de las gallinas, una carretera y la granja industrial. Es en esta última donde se sacan los mayores aplausos bajo la dirección de Sam Fell (Flushed Away). El equipo opta por exagerar la era de la agricultura industrial y nos presenta a esta granja-fábrica como si fuera una guarida de un villano de James Bond, a lo Ernst Stavro Blofeld o Dr. Kananga.

La estética, los diseños, los guardias y la cantidad de guiños a aquella franquicia -incluyendo un par de referencias hilarantes a Misión Imposible- son un verdadero goce para los fans del género, con los villanos de la historia adoptando personalidades de villano de Bond, científico loco incluido, que van muy bien con el relato.

Dentro de esta misma granja-fábrica hay una zona cargada a los colores pasteles en la que se vende un mundo feliz, escondiendo una verdadera tragedia bajo ese bello envoltorio, muy a lo Squid Game (El Juego del Calamar). Hay una potente escena vinculado al quiebre de esa fantasía, con un fuerte golpe de realidad que nos recuerda lo que puede esconder una bella ilusión.

Este trabajo no sería nada si no fuera de la mano con una buena historia, presentando una imagen espejo con respecto a la primera película. En aquel capítulo del 2000, Ginger soñaba con la libertad al vivir prisionera toda su existencia y con el riesgo presente de una muerte segura si no se cumplía con la cantidad de huevos a entregar. Ahora, la antigua líder se despojó de ese espíritu rebelde para poner primero la seguridad de las suyas y suyos, viendo cómo su hija Molly termina abrazando aquella alma subversiva, impulsada principalmente por la curiosidad de aquel mundo que desconoce.

A Ginger la aterra el mundo más allá del charco al saber el peligro que enfrentaron, por lo que prefiere mantener a su "Wakanda de gallinas" escondida del resto del mundo. Para ella, su mundo es perfecto, no requiere nada más; para su hija, eso no es libertad. Eso la lleva a salir de su isla paraíso. No por estar en peligro constante, sino que por sentirse una prisionera al no saber nada de lo que la aguarda.

El aislamiento extremo, con una sensación constante de seguridad, no es la respuesta. Aislarse y no tomar parte de lo que ocurre fuera de nuestros propios mundos, hacer oídos sordos, termina siendo más dañino. No somos una isla, hay que abrirnos y ser partícipes de lo que pasa a nuestro alrededor. El héroe colectivo, el grupo humano, ese es el verdadero héroe.

Con todo ello, la gran pregunta que queda es si Pollitos en fuga: el origen de los nuggets logrará resistir el paso del tiempo con respecto a su predecesora, que sigue impecable a 23 años de su debut. Desde ya, se transforma en una perfecta película para toda la familia, niños y adultos, con temas que capturarán a cualquier espectador y, bienvenido sea, generarán conversación.

Lamentable, eso sí, no poder ver esta secuela en cines, porque hay secuencias completas que requieren su exhibición en la gran pantalla.

Pollitos en Fuga: El Origen de los Nuggets se estrena este viernes 15 de diciembre en Netflix a nivel global.

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